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Artículos
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Factores Psicológicos de Riesgo |
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Factores Psicológicos de Riesgo, los
socios del silencio. Actúan
solapadamente. Cómplices preferidos:
sobrepeso, sedentarismo, tabaquismo, entre
otros. Pero, si no consiguen aliados, atacan
por cuenta propia. Pueden generar la aparición
brusca -y aparentemente inexplicable- de
enfermedades, o agravar las ya existentes.
Sin embargo, una vez sacados a luz, pierden
gran parte de su peligrosidad.
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Lic. Jorge R.
Antar
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Alejandro (50 años, casado, dos hijos),
profesional de buena posición económica,
vida saludable y satisfactoria relación
matrimonial, reunía casi todas las
condiciones para gozar de buena salud. Y efectivamente
así ocurrió hasta que un malestar
digestivo persistente lo condujo al consultorio
de su médico. Rápidamente fue
internado. Se necesitaron varios días
para disipar los peligros de una úlcera
gástrica.
Pilar (40 años, casada, tres hijos),
que siempre disfrutó de lo que la vida
le ofrecía -hijos sanos, un esposo
afectuoso, un pasar sin carencias económicas-,
se sintió mal al regresar de las vacaciones.
Al principio se creyó intoxicada por
algún alimento; al día siguiente
sus rodillas parecían denunciar un
mal neurológico; veinticuatro horas
después apareció un dolor de
espaldas. Los exámenes y análisis
solicitados por los médicos no permitieron
detectar ninguna anormalidad. La interconsulta
médico-psicológica ubicó
el problema: un cuadro depresivo agudo.
Norberto (54 años, empresario, casado,
dos hijos) era famoso entre sus allegados
por el estado atlético, la afición
al deporte y la vida regular y sana. Dos infartos
en tres años provocaron preocupación
y estupor; para la familia, para los amigos
y para Norberto mismo estos graves episodios
cardíacos resultaron incomprensibles.
Podría seguir con ejemplos similares:
personas que reciben diagnóstico de
diabetes, de enfermedades crónicas
de la piel; que comienzan a sufrir crisis
de angustia y otros padecimientos de aparición
repentina. Y en un alto porcentaje de situaciones
como éstas se trata -y esto hay que
destacarlo- de adultos presuntamente sanos
(o al menos sin antecedentes médicos
de importancia); con vidas laboralmente activas;
sin disfunciones significativas en el plano
familiar, afectivo, social o económico;
sin antecedentes psiquiátricos y, en
la gran mayoría de los casos, sin tratamientos
psicológicos previos. Y lo que más
llama la atención: carentes de acumulación
de factores clásicos de riesgo tales
como obesidad, tabaquismo, sedentarismo, altos
niveles de colesterol, etc. En conclusión,
se trata de episodios en los cuales la enfermedad
interrumpe estados de salud que parecen plenos.
Fuentes ocultas, efectos visibles.
Como se podrá comprender fácilmente,
la aparición brusca e imprevista de
enfermedades produce un efecto psicológico
traumático: "Hasta hace muy poco
me sentía sano y activo; hoy sé
que tengo que superar una enfermedad delicada",
dice uno de estos pacientes. Muchos, una vez
finalizado el trance agudo, son derivados
por sus médicos a la consulta psicológica;
un buen número de ellos, luego de la
primera evaluación, inicia un proceso
de psicoterapia. Y a lo largo de esta experiencia
se van develando, uno a uno, los factores
psicológicos de riesgo. Los más
frecuentemente verificados son:
-
Dificultad para registrar
y expresar sentimientos.
-
Niveles desmedidos de
exigencia personal y de competitividad.
-
Haber quedado sometido
-en el pasado lejano o cercano- a situaciones
de angustia y estrés por períodos
prolongados.
-
Existencia de pérdidas
(por ej.: fallecimiento de familiares) que
no fueron aceptadas y elaboradas en su momento.
-
Presencia de sentimientos
de inadecuación, desvalorización
o culpa.
-
Haber reemplazado inconscientemente
ante la mirada de la familia a alguien -hermano,
padre, madre, etc- muerto, desaparecido
o que haya defraudado las expectativas puestas
en él.
Como un ejército de las sombras, estos
factores obtienen la mayor parte de su poder
del carácter anónimo, de la
posibilidad de ocultarse, de pasar desapercibidos,
y, desde ignorados reductos, ir desplegando
sus efectos. Quien padece la sobrecarga de
alguno o de varios de estos factores puede
continuar su vida de un modo exteriormente
normal: ama, trabaja, estudia, forma una familia,
etc. Pero la adaptación a las exigencias
propias de la vida y el medio resulta forzada.
Imaginémoslo así: un automóvil
avanza impulsado por el motor, pero con el
freno de mano activado; vista desde afuera
la marcha parece fácil, pero el consumo
de combustible y el desgaste general del vehículo
es mucho mayor del esperado. En cualquier
momento algún sistema puede fallar.
Lic. Jorge R. Antar
Departamento de Psiquiatría
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